“ Y sé que la mano de Dios es promesa de la mía
Y sé que el espíritu de Dios es hermano del mío
Y que todos los hombres en cualquier tiempo paridos
son también mis hermanos y las mujeres
mis hermanas y amantes”
Walt Whitman
Cuando el patriarca Abraham Avinu decidió hace como 3.500 años abandonar con los suyos y sus rebaños su natal Ur de Caldea porque repudiaba la idolatría de sus paisanos, seguro que jamás imaginó que al monoteísmo que fundó en Canaán le saldría siglos después una inmensa secta derivada de su doctrina que llenaría el mundo de magníficos edificios poblados de imágenes de miles de “dioses” hechas de madera, cartón-piedra, yeso o mármol las cuales, según los sacerdotes de esta nueva forma de creer, servirían a la humanidad para todas las necesidades imaginables según su especialidad y según la fe, la veneración y las ofrendas que se les tributase.
A pesar de la ética con que vivían los monoteístas originales y de las evidencias presentadas durante siglos de que, por su fe y comportamientos lograban hacer prodigios solo atribuibles a un poder divino, el resto del “mundo civilizado” -al que hoy llamaríamos occidente- continuaba sumido en la idolatría de los más absurdos dioses inventados por visionarios, reyes, gobernantes o por los mitos populares que a fuerza de repetidos se convertían en “verdades superiores”.
En el avanzado Egipto antiguo se adoraba a dioses diversos los cuales eran representados por figuras absurdas: para citar un ejemplo, Horus era representado como un halcón al que se le atribuían poderes divinos.
En la civilización romana, además de la muy difundida mitología romana en la que figuraban cientos de dioses, había uno de particulares características que seguramente causarán asombro hoy en quienes no las conocen para ese dios, Mitra: Nació el 24 de diciembre a las 12 de la noche de una mujer virgen; después de nacer fue adorado por pastores; era llamado “El Buen Pastor”; instauró una eucaristía y sus sacerdotes iniciados usaban un gorro y un anillo como el de los obispos católicos de hoy.
Cuando se inició la era llamada cristiana, es decir hace unos dos mil años, nació y vivió en Palestina un hombre de características excepcionales que enseñó a quienes le escucharon a vivir en el amor por todos los hermanos humanos, a saber perdonar, a respetar a todas las personas sin mirar su condición social o económica, a cumplir las leyes, a vivir éticamente, a no buscar venganza, a servirle al necesitado como a un hermano, a trabajar para ganarse el pan sin intentar sacar provecho personal de la evidente veneración de sus seguidores, a decir la verdad, a no engañar, en fin, a buscar la perfección llevando una vida sincera, bondadosa y ética. Los cronistas de la época que luego escribieron sobre él dicen que era un hombre con una bondad y una mente tan esforzada y poderosa que llegó a obrar prodigios que hicieron que su prestigio llegase a ser conocido por los sacerdotes de su país los cuales, a pesar de que él nunca renegó de su religión judaica ni pretendió -como ellos afirmaban para señalarlo de blasfemo- ser El Mesías, lo acusaron ante las autoridades romanas, entonces dominadores de la Palestina y lograron que lo condenasen como a un criminal y, según dicen algunos, fuese crucificado y muerto. Este gran Maestro llamado Jehoshua Ben Josep, que se sepa, jamás dijo ser El Hijo de Dios como luego afirmaron los creadores de la nueva gran secta que llegó a llamarse catolicismo. De hecho, alguno de los llamados evangelistas (Juan 14,12-14) dice que Jehoshua dijo:
“Les aseguro que el que cree en mí hará también las obras que yo hago, y aun mayores”. De esta afirmación se puede deducir sin duda que, Si Jehoshua sabía que era el Hijo de Dios, sabía con divina seguridad que ningún hombre nacido de mujer podría llegar jamás a ser como él ni, por lo mismo, hacer las cosas que él hacía. Si sabiendo esto Jehoshua afirmaba lo que Juan dice que afirmaba, podría pensarse que Jehoshua mentía. ¿Siendo Jehoshua un Maestro que llegó a ser tan perfecto y tan ético en sus comportamientos y afirmaciones, podría presumirse que se permitiría a si mismo mentir? Evidentemente no. ¿No es más lógico y coherente con la perfección que ese hombre logró pensar que él en realidad dijo: “Puesto que soy un hombre como vosotros, y he logrado con mi fe y conocimiento de mi mismo, de mi mente y de aquello que trasciende a mi mente y a mi cuerpo hacer lo que he hecho, también vosotros, si os esforzáis como ya me he esforzado, podréis hacer lo que hago y aun cosas mayores”?
¿Quien o quienes, si no fue él quien se autoproclamó Hijo de Dios, fueron los que crearon esa doctrina del "hijo de Dios hecho hombre" para sobre ella fundar una nueva religión con retazos de otras religiones paganas? ¿No sería el romano Constantino I en asocio con los clérigos de la época quienes crearon esa gran secta que Jehoshua hubiese rechazado? ¿Acaso no se creó esa gran secta para lograr intereses políticos del Imperio y favorecer a sus valedores como hoy sigue haciéndolo? ¿No fue esa gran secta dirigida en el 1.208 por el Papa Inocencio III la que persiguió con saña asesina hasta exterminarlos, sin omitir ancianos y niños, por medio de los soldados comandados por Don Domingo de Guzmán a los cátaros (imitadores de Jehoshúa) en el Languedoc francés? ¿No fue esa gran secta la que creó la Inquisición que persiguió y asesino a miles de personas que no le convenía tanto en Europa como en el nuevo mundo recién cristianizado? ¿No es esa gran secta la que se escindió en dos (católicos y protestantes) cuando Martín Lutero se reveló contra los jerarcas porque quería y exigía más poder? ¿No esa gran secta la que en años recientes protegió a un gran delincuente financiero que llevó al suicidio a muchos europeos que perdieron sus ahorros cuando él (El obispo Paul Marcinkus) les esquilmó sus dineros? ¿No son los jerarcas y los sacerdotes de esa gran secta y de su secta hija (aunque hoy se presente como antagonista), los que inducen al hombre común en cuya alma subyace la esperanza en un Dios, los que con su hipocresía y conducta avariciosa, pecaminosa, ofensiva, amenazante y cínica, a perder la esperanza y declararse ateos? ¿ No son, por tanto, estos hombres llamados clérigos, pastores, ayatolas o como se llamen los verdaderos enemigos de Dios?.
Por estos días, un señor de apellido Castrillón, cardenal de primera importancia en El Vaticano salió a decir a propósito de la centenaria costumbre de algunos curas de pervertir y violar sistemáticamente a niños, que para estos curas pervertidos, el castigo debería ser impedirles ejercer como sacerdotes. Como quien dice que, si un peón de albañil pervierte y viola sistematicamente a niños, el castigo debería ser impedirle que siga ejerciendo como peón de albañil. ¡Eso es cinismo puro y duro!
Hay quienes profesan una fe libre y siguen lo que parece un instinto básico en el hombre, es decir, creen sinceramente que hay una divinidad que rige al universo y que se manifiesta todos los días de miles de formas en todo lo que existe y en sus vidas. Estos llaman a esa divinidad de muchas formas: Dios, Hashem, Allah, Conciencia Universal, Energía Creadora, etc. etc. Hay quienes, ante la duda, deciden declararse agnósticos alegando que no hay una certeza de la existencia o no existencia de un dios. Y hay unos terceros quienes; acosados por su aversión a los clérigos de todos los pelajes, tengan ellos mitra o turbante, hablen por medio de encíclicas o llamados a la “muerte del infiel”, o, micrófono en mano y con trasmisión televisada exhiben “milagros” mientras sus call center recaudan millonarias sumas; acaban declarándose ateos. Estos hombres que pierden la fe suelen apoyarse además en los seudo-científicos como Richard Dawkins quien usa argumentos que para muchos ingenuos parecen “irrefutables” y “demuestran” la inexistencia de alguna divinidad cuando no son más que repeticiones de obviedades que solo demuestran nuestra incipiente evolución para comprender lo trascendental. A este tipo de personas que solo buscan vender algunos o muchos ejemplares de sus libros, son a quienes solemos llamar los enemigos de Dios, cuando en realidad, los verdaderos enemigos de que el hombre moderno se aleje cada vez más de esa inefable esperanza son la clerigalla de todos los colores y de todos los tiempos. A esa cuadrilla de enemigos de Dios es a quienes se refiere el Maestro de Poble Sec cuando dice:
“Son el alma
de la alarma,
del recelo
y del canguelo.
Los chulapos
del gazapo:
Los macarras
de la moral.”